El milagro más extraordinario que sucedió al comienzo del siglo XX -el más corto de la historia de la humanidad pues comenzó en 1914 con la Primera Guerra Mundial y culminó en 1989 con la caída del Muro de Berlín-, fue sin duda, la maravillosa aparición, un día como hoy y hasta octubre de 1917, hace 105 años, de la Virgen María a tres pastorcitos: Lucía, Jacinta y Francisco, en la aldea de Cova de Iría, en Fátima, Portugal. Los creyentes y los que se resistían en serlo, quedaron rendidos ante tan inefable acontecimiento sobrenatural sólo explicable desde la fe que conmocionó a la cristiandad y al mundo, y que se dio en una época de enorme impacto por la guerra, jamás registrada por los pueblos dado su tamaño, así como el triunfo de la Revolución Rusa de 1917, que acabó con el Zar Nicolás II y toda su familia -todos fueron eliminados-, marcando una nueva etapa en la vida política de los rusos, pero sobre todo en un momento en que la tesis marxista promovida por los bolcheviques en ese país, se enfrentó sistemáticamente a la religión, dando paso a las posiciones ateístas en expansión por los efectos que produjo la Revolución Industrial europea en el siglo XIX. Fátima fue esencialmente un acto de fe e incompatible con la incrédula premisa de su demostración sostenida por los materialistas. Aunque la religión y la ciencia jamás han sido incompatibles, someter a la demostración hechos o cuestiones de fe, siempre será descabellado. Lo cierto es que la Virgen María -lo creo fervientemente- apareció a los tres inocentes niños y llevó consigo a temprana edad a dos de ellos. Lucía quedaría en el mundo para mostrar en su vida tamaña evidencia y la comunidad internacional ha vivido pendiente del secreto por ella guardado. El milagro de Fátima apresuró la agonía de una guerra que acabó casi dos años después y fue el punto de quiebre que hizo prosperar la idea de la paz en la desaparecida Sociedad de las Naciones (1919) pero que fue rescatada como imperativo jurídico en la Carta de San Francisco en 1945 por la que fue creada la ONU. La comunidad internacional hoy globalizada, más de un siglo después, no olvida aquel suceso trascendente pues su vigencia se expresa en las invocaciones que se hacen a la Virgen en medio de la pandemia y de la guerra entre Rusia y Ucrania, para que acaben