El proyecto Chinecas es el caballito de batalla de varios políticos -y aspirantes a serlos- para llegar a ocupar algún cargo público en Áncash. Como parte de la descentralización, quien más insistió en que dicha unidad ejecutora pase a sus manos fue el hoy con prisión preventiva César Álvarez Aguilar, expresidente regional. Por su puesto, Ollanta Humala se lo jugó de taquito.

Sin embargo, la idea de darle a Áncash un nuevo pulmón económico, que le sume a su minería y pesca, era desarrollar Chinecas con tierras agrícolas. Sembrar hasta en los cerros para que no solo luzca verde el paisaje, sino que luego se convierta en un emporio exportador, casi igual que sus vecinos liberteños con Chavimochic.

El proyecto contemplaba utilizar mejor el agua del río Santa y regar las desérticas áreas para la siembra. Faltaba nomás la disposición del Gobierno y varios millones de soles para ejecutar la infraestructura del proyecto hidroenergético. Lo primero se obtuvo a punta de gritos y marchas de Álvarez Aguilar, pero lo segundo seguía en el plan. Todo bonito.

No obstante, por lo bajo, el entonces presidente regional César Álvarez convirtió dicho proyecto en una agencia de empleos, una caja chica para matar algunos encargos y, finalmente, una suculenta oferta para quienes no tienen casa, entre ellos los invasores de siempre y los traficantes de terrenos.

Una vez caído en desgracia el exsocio de Humala, su sucesor por voto popular Waldo Ríos Salcedo, quien purga condena efectiva por otro caso, secuestró el proyecto, sacó su wincha y comenzó a lotizar para sus votantes. ¿No que era para el agro? No pues, ese era el dique y varios ancashinos compraron el boleto.

Por eso, hoy no me extraña que los “congresistas traidores”, Carlos Domínguez, María Melgarejo y Yesenia Ponce, por coincidencia todos de Fuerza Popular, hayan metido su cuchara y su gente en Chinecas. Es el modus operandi.