El “narcisismo” se aplica a los individuos que son jactanciosos en su comportamiento, poco modestos, pero vulnerables internamente. El narcisismo “colectivo” es diferente, y se refiere a la creencia exagerada de superioridad moral del grupo o “colectivo social” al que pertenecen distintos individuos, pero sobre el que, en el fondo, sienten inseguridad y conlleva permanentemente a la búsqueda de aprobación, incluso a través de la imposición, sobreexposición, victimización, agresividad o violencia. ¿Le suena conocido? Karen Horney, psicoanalista alemana, señalaba que la persona narcisista se ama por valores y méritos que no tienen fundamento objetivo, y demanda la admiración de los demás por cualidades que no se poseen. El narcisismo colectivo, navega en la ilusión de creerse merecedor de un “trato especial” y no se detiene hasta lograr aquello que “cree” merecer, utilizando muchas veces la “victimización”, es decir, la identificación del “otro” como principal responsable de los fracasos propios.

Las teorías conspirativas de victimización selectiva, son utilizadas por muchos grupos políticos radicales en la construcción retórica de un enemigo “opresor” al que “atacar”, y con las que buscan socavar la democracia y generar cambios estructurales para desmantelar el Estado y pretender “reconstruir” la sociedad. Para ello, se valen del enfrentamiento permanente o la lucha de clases, dividiendo a los ciudadanos con obsoletos conceptos de “ricos y pobres”, “cholos y blancos”, “pueblo y burguesía” y un sinfín más, ensayando permanentemente la aplicación de los principios de las minorías intransigentes en su empeño por doblegar a las mayorías moderadas. El discurso y la narrativa utilizada por el partido marxista/leninista/mariateguista que hoy ostenta el Poder Ejecutivo en el Perú, busca justamente eso: crear la sensación de que el sistema constitucional vigente no ha funcionado y achacarle a su contenido, todos los males de la corrupción e inmoralidad cometidos por las autoridades, así como el escaso desarrollo de los servicios públicos en todas las regiones del país, ubicando en su insania al “enemigo” en un sistema que ha privilegiados las libertades (individuales, de empresa, creación e innovación) y que más bien ha traído enorme crecimiento y reducción de pobreza a nivel nacional y, “victimizados” en la irrealidad, proponer un cambio total de la Constitución para (según su sesgada ideología) generar –ahora si– el desarrollo que no se consiguió antes producto de la ineficiencia, incapacidad y corruptela generalizada en todos los niveles de gobierno a lo largo de los últimos años. Es decir, es este narcisismo colectivo de aroma comunista el que pretende, hoy, cortar el jamón de la democracia en el Perú.