Lindo nuestro público cinemero. Dejando de lado al que acude a las salas por puro divertimento -y está en su derecho-, hablemos del otro grupo, el que exige desde cualquier tribuna con una autoridad que sorprende, indignándose y pidiendo a gritos, que la industria cinematográfica local mejore su calidad, porque “estamos llenos de películas peruanas comerciales sin mayores pretensiones”, pero que cuando aparece en la cartelera local una cinta que está a altura de sus exigencias, ¡zas! se les acaba el entusiasmo, ya que parecen decir “conmigo no es... será para la próxima oportunidad”. Ese doble discurso de lo que se pide a los medios y lo que finalmente se consume alcanza a La última tarde, notable cinta del director peruano Joel Calero, protagonizada por Katerina D’onofrio y Lucho Cáceres, en un duelo de interpretación de antología. Una historia para nada complaciente, arriesgada, intensa, una muestra palpable de los nuevos vientos que soplan en el cine local que en dos semanas en cartelera ha convocado a poco más de 20 mil espectadores, cifra que no colma las expectativas de sus productores y que definitivamente no merece. Debido a la impotencia de ver frustrado el esfuerzo de todo un equipo de profesionales que están detrás de una película de gran nivel, hemos visto con muy grata sorpresa cómo en las redes sociales se emprendió una campaña nada calculada, honesta, generada de puro corazón por líderes de opinión recomendando La última tarde, escribiendo sobre sus virtudes, detallando los horarios de exhibición y hasta las salas en las que se presenta, todo para empujar el carro a un mejor destino. Joel Calero, director de la cinta, también usó su cuenta en Facebook para dirigirse a sus seguidores y lo que escribió es duro, pero real: “Es muy arduo y desgastante tratar de que un cine más singular, o interesante se vea. ¿Qué podemos hacer? Ser activos y no permitir que el ‘mercado’ imponga sus leyes o que las imponga después de habernos opuesto todo lo posible (...) Juéguense no por esta película. Juéguense por el derecho a tener un mejor cine”. Y nosotros agregamos que claro que tenemos ese derecho, y lo deben entender las distribuidoras, los dueños de las salas, los medios y especialmente el público que tiene en sus manos el éxito o el fracaso comercial de una película. Nadie quita que se vaya al cine a disfrutar de una cinta peruana simpática, sin pretensiones artísticas, pero existirán otras propuestas, menos fáciles a las que también hay que tomar cuenta y quizás mucho más que a las otras.