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Si Islas Fiji encabeza la lista de “los países más felices del mundo”, según Gallup International, Perú va camino a codearse con Ruanda, Siria, Tanzania y Burundi en el grupo de “los más infelices o tristes”.

Y es que cumplimos con casi toda la sintomatología exigida: ingreso per cápita anémico, la salud pública en la precariedad, generosidad y apoyo social inexistentes, corrupción generalizada y predisposición al delito común, entre otros hallazgos.

¿Acaso el escándalo sobre las coimas de Odebrecht no tiene con el rabo entre las piernas a la cúpula de la clase política y al pueblo sintiendo vergüenza ajena? Cada vez son menos los ciudadanos que se sienten representados por estas autoridades, aunque ellos las hayan elegido.

¿Alguien puede negar que la reconstrucción ha sido un cuentazo y que PPK -con la espada de la vacancia sobre la cabeza- recién se está poniendo las pilas? La empatía dejó de ser una cualidad de los líderes y predomina el baile de la ineficiencia y el letargo.

La muerte está a la vuelta de la esquina, paseándose como Pedro por su casa frente a las narices de policías, jueces, fiscales, alcaldes, gobernadores y congresistas, que se han mimetizado con la sangre. Ahorita mismo la familia peruana ve con horror el terrible asesinato, a manos de un depravado, de una escolar que salía de sus talleres de vacaciones útiles en una comisaría, ni más ni menos.

Un reciente estudio científico determina que los homicidas nacen y se hacen al mismo tiempo. Bueno, pues, tenemos que dejar de ser el conejillo de Indias de la violación, el crimen y todo el brochure de maldades que vemos a diario.

Y así por el estilo. ¿Quién puede vivir feliz en un país con esta radiografía?