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Leo con atención, en el prestigioso El País, el titular “Desorden Mundial (DM) abre una nueva era de incertidumbre global”. Lo voy a explicar. El DM es un concepto antagónico al orden mundial (OM), propio de la teoría de las Relaciones Internacionales, la ciencia del poder mundial, donde los actores visibles e invisibles, como los Estados, las organizaciones internacionales, las transnacionales, los grupos terroristas, los cárteles de la droga, etc., intervienen positiva o negativamente en el decurso de la humanidad. Todos aspiramos a que en el mundo se mantenga un statu quo con paz y tranquilidad planetarias. Cuando eso sucede, el OM prevalece. Lamentablemente, eso no es así, pues la polarización y los intereses de los actores terminan siendo contrarios, haciendo vulnerable el destino de la humanidad. Una grave manifestación y atentatoria del OM se produce al despreciar las normas jurídicas internacionales que, además, cuesta mucho cultivar. Las críticas y vetos de algunos países al Pacto Mundial sobre Migraciones, la decisión de Donald Trump de congelar el Acuerdo Transpacífico (TPP), la resistencia de las dos dictaduras de América Latina -Venezuela y Nicaragua-, las amenazas de Irán en tono de represalia contra EE.UU. por el reinicio de las sanciones económicas, la penetración de la corrupción a todo nivel en gran parte de los Estados de la región, la barbarie por el conflicto en Siria e Iraq, la guerra sin fin en Yemen y la anarquía política en Libia y Somalia, entre otros, son pruebas fehacientes de que el mundo anda como el cangrejo, volviéndose cada vez más vulnerable. El País ha acertado con la esencia, a mi juicio, del problema más relevante del siglo XXI. El desorden mundial es una amenaza real para la propia existencia humana. La teoría de la involución, es decir, volver a los tiempos del alba de la sociedad humana, no es descabellado. Nadie quiere eso, pero es verdad que los acontecimientos en el mundo, que son cíclicos por naturaleza por el capricho, la obsecuencia o la ambición de poder, pueden retrotraernos a los tiempos pretéritos, y no exagero. Para que nada de eso suceda, el derecho es lo único que nos queda. Cuidémoslo.