“¿Qué pasa en Perú que todos los presidentes acaban presos?”, apuntó preocupado el papa Francisco durante su visita a nuestro país en enero de 2018. Y la tendencia señalada por el Sumo Pontífice se mantiene porque Pedro Castillo Terrones, con seis investigaciones en manos de la Fiscalía sindicándolo como supuesto cabecilla de una organización criminal, es firme candidato a no ver el sol por varios años y, con él, algunos de sus familiares y compinches.
Lo anecdótico es que el Santo Padre, con el desprendimiento que lo caracteriza, iba a recibir en la sede de la iglesia católica al último de la fila, es decir al profesor chotano, sin embargo, el Congreso de la República le evitó el trámite al negarle al mandatario el permiso para que viaje a Bruselas y el Vaticano bajo el argumento de que da mala imagen en el exterior. Ya antes lo bajó del avión cuando pretendía asistir a la asunción de Gustavo Petro en Colombia.
No sabemos si Jorge Mario Bergoglio le habría aplicado un jalón de orejas al tenerlo al alcance, con su respectivo sermón desde luego, lo cierto es que Castillo representa un peligro andante por su precario talante como jefe de Estado, y va camino a refrendar la premisa que anotó Francisco sobre los políticos que se instalan en Palacio de Gobierno de “Perusalén” circundados por actos de corrupción.
Por lo demás, resulta una vergüenza que el presidente peruano no pueda alzar vuelo al exterior porque conlleva discursos cantinflescos y hasta conflictivos para el país. Cero en liderazgo, jalado en gobernabilidad, nulo en ascendencia en el continente, salvo para Luis Almagro (OEA), que alabó su manejo de la agricultura. ¡Habráse visto!