GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

“Yo solo estaba recogiendo a mis niños de un hipódromo cerca de la comisaría, no he participado en la toma del puesto policial. Lanzaron bombas lacrimógenas y traté de salir de la zona con mis hijos, pero una bala me cayó en la pierna y me empecé a desangrar”, cuenta Davis Aguirre, quien fue alcanzado por un proyectil durante los actos vandálicos de un grupo de pobladores contra la comisaría del distrito de Paucará, provincia de Acobamba, Huancavelica. Tres personas más terminaron heridas por las balas perdidas y ahora viven un drama.

El último viernes, enardecidos pobladores quisieron hacer justicia por sus propias manos contra presuntos delincuentes, quienes estaban detenidos en la comisaría. Ellos argumentaban que la Policía no iba a hacer nada y luego los liberaría. Por eso tomaron el local, quemaron tres patrulleros, dañaron otros bienes y se habrían llevado televisores, uniformes y hasta atestados policiales.

Este desborde de indignación y rabia es muy peligroso. Algunos que tratan de justificar ello dicen que el pueblo desconfía de las instituciones del Estado, como la Policía, que no brinda seguridad a la ciudadanía. Estas opiniones son muy temerarias porque sin respeto a las instituciones tutelares de nuestro país se llega a cualquier extremo, incluso a socavar nuestro sistema democrático. Si cualquier protesta se prolonga con actos violentos, solo reinará el caos y la anarquía.

“La guerra de todos contra todos es la antítesis del bienestar y el progreso social (…) Sin la previsibilidad y la estabilidad que derivan de normas y autoridades legítimas y ampliamente aceptadas por la sociedad, reinaría un caos que sería fuente de inmenso sufrimiento humano”, decía Moisés Naím en su libro El fin del poder.