Es inevitable en este día, en que la comunidad internacional, más allá de los sobresaltos conflictuales regionales, pensando en el mantenimiento de la paz mundial consagrada en la Carta de San Francisco que creo las Naciones Unidas en 1945 al final de la Segunda Guerra Mundial, el recuerdo del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki -en esta ciudad fue tres días después, el 9 de agosto de 1945-, que movió a toda la sociedad humana llevándola a reflexionar sobre los riesgos de acabar con su existencia.

Han pasado 76 años desde que Paul Tibbets, piloto norteamericano, a bordo del Enola Gay, una de las naves B-29, lanzó la mortífera arma nuclear Little Boy sobre las referidas ciudades. Murieron en el acto y en total por los dos lanzamientos más de cien mil personas y con las secuelas inmediatas 210 mil.

Nada detuvo el objetivo de la Casa Blanca. Harry S. Truman, que asumió la presidencia a la muerte de Roosevelt, y que había tomado esta decisión, antes había lanzado una proclama al Japón, junto con los líderes del Reino Unido, China  y la Unión Soviética –la Declaración de Potsdam del 2 de agosto de 1945-, pidiendo al emperador Hirohito la rendición incondicional. La negativa del imperio del Sol Naciente apresuró los lanzamientos nucleares que nunca más se han vuelto a realizar en el mundo. Es verdad que este macabro evento no fue el único de impacto para la civilización.

El holocausto judío (1939-1945) de la Alemania nazi que estigmatizó a la sociedad germana después de la Segunda Guerra Mundial, marcó a la humanidad sobre sus objetivos en el cosmos. En ambos casos, Alemania y EE.UU., se encargaron de mitigar aquellos errores con disculpas públicas que fueron el canal adecuado para reconstruir las relaciones bilaterales y multilaterales hasta colocarlas al más alto nivel. Con el perdón se olvida y ese es un requisito fundamental para solventar una consecuencia ideal, llena de armonía entre los actores visibles de las relaciones internacionales. Cuando los Estados firman la paz o cuando los buenos oficios vuelven a acercar a los sujetos del derecho internacional, enemistados por sus posiciones en una controversia, las vinculaciones se vuelven más efectivas. La reconciliación, luego de la guerra, fue una tarea extraordinaria sobre lo que es capaz la sociedad internacional.