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La muerte de 12 efectivos de la Policía Nacional en la provincia de Antabamba, región Apurímac, a causa de un accidente de tránsito mientras se desplazaban a dar seguridad a una mesa de diálogo, no hace más que poner de luto al Perú entero, que ha perdido a un nutrido grupo de agentes, la mayoría de ellos muy jóvenes y al inicio de sus carreras.

Lamentablemente, este accidente, que además ha dejado a otros policías heridos, es uno de los tantos que sucede a diario en nuestro país, sea en las ciudades o en los parajes más alejados.

Hace poco vimos cómo en Lima perdió la vida el rector de la Universidad Señor de Sipán de Chiclayo, Roger Pingo, en un accidente en que resultó afectado el excongresista Alberto Beingolea.

Esta vez tocó el turno a un vehículo que movilizaba a policías por un alejado paraje de la sierra y que rodó por un abismo provocando el fallecimiento de los custodios que en forma silenciosa hacían su trabajo.

En medio de todo, fue positiva la reacción del ministro del Interior, Carlos Basombrío, de acudir personalmente a la zona para supervisar el rescate de los cuerpos y las atenciones a los heridos.

Es de esperarse que el Estado sepa retribuir el sacrificio de los efectivos fallecidos con las debidas atenciones a sus deudos, esos que muchas veces, debido a la burocracia y la corrupción, tardan varios meses en recibir los beneficios que por ley les corresponden. Habrá que estar muy atentos para que así sea.

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