Hoy se cumple un año de la disolución del Congreso de la República, un acontecimiento que luego generó gravísimos episodios políticos en nuestro país. Más allá de los cambios en el Parlamento, hubo una constante: el Ejecutivo y el Legislativo no dieron una respuesta a la altura de las circunstancias. Por eso se produjo inestabilidad que casi le cuesta el puesto al presidente Martín Vizcarra.

La decisión del jefe de Estado, hace 12 meses, tuvo que ver con su afán de dar la imagen de una persona con mucha autoridad moral y mucho carácter, además de ganar el aplauso de la tribuna. Por supuesto, eso le dio una imagen positiva, pero con el correr del tiempo y las urgencias de un país que necesitaba planes y soluciones para enfrentar a la pandemia del coronavirus, la confrontación al Congreso no bastaba. Los peruanos pedían un gobierno que piense en ellos más que en los contrarios políticos, que trabaje para ellos y les asegure las garantías básicas para enfrentar con éxito la crisis sanitaria y económica que nos ahorcaba.

Es evidente que el nuevo Congreso hizo su parte y agravó los problemas. Le dieron lugar a la demagogia, el populismo y sus intereses electorales antes de despertar nuevas esperanzas para que el país sea creíble. Fue el centro de discusión y peleas para pasar facturas a sus ocasionales enemigos. Esperemos que se haya aprendido de los errores y que se cierre este pasado próximo para construir un mejor Perú. A un año del cierre del Congreso, es poco o nulo el bienestar para el ciudadano de a pie.