El anuncio del llamado acuerdo de “Abraham” en el pasado mes de agosto, se acaba de hacer realidad: Israel ha restablecido relaciones diplomáticas -debe entenderse como políticas- con los Emiratos Árabes Unidos y con Baréin, dos países árabes del Golfo Pérsico, que da cuenta de la intención de Tel Aviv de seguir normalizando sus relaciones bilaterales con los países árabes luego de quedar seriamente dañadas por el impacto de la sorpresiva y letal Guerra de los Seis Días (1967), que significó militarmente la ocupación por Israel de gran parte de los territorios de esa región -con enorme eco internacional, los del Sinaí- y políticamente, el inicio de una relación conflictual permanente con el mundo árabe. Es verdad que luego, al iniciar la reconstrucción de las vinculaciones, lo que comenzó con Egipto en 1979, hasta entonces su acérrimo enemigo, y luego con Jordania en 1994, Israel dio marcha atrás pero no lo suficiente como reclama Palestina, país con el cual las negociaciones de paz están paralizadas. Al 2020, Israel, entonces, ya ha normalizado su relación con 4 países árabes, y en esa sumatoria, por lo menos Arabia Saudita, que mantiene una conexión estratégica con EE.UU., su aliado natural, debe entenderse en esa línea, como también a Irak al que Washington incorporó en su ajedrez geopolítico luego de derrocar al tirano Sadam Hussein (2003). Como referí en mi columna “La geopolítica de Abraham” (14.08.20), seguirá Qatar y otros Estados más, en los planes árabes de Israel. El punto congelado sigue siendo Palestina, su vecino, en cuyo frente interno el Hamas es un serio problema, y el punto muerto, Irán, su enemigo persa acérrimo, luego de que Egipto dejara de serlo, y Siria, cobijado en Rusia. Deliberado o pura coincidencia, lo cierto es que Donald Trump, como cabeza visible del hegemón -Bill Clinton lo fue en los Acuerdos de Oslo de 1993 entre Isaac Rabin (Israel) y Yasser Arafat (Palestina)-, aunque el acuerdo de ayer no tenga el impacto del referido que terminó frustrado -luego fue asesinado Rabin por un fanático judío en 1995, y la muerte de Arafat en 2004-, se ha ganado un gran puntal mirando las elecciones del 3 de noviembre.