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Está claro que en el mundo de hoy la prosperidad económica tiene una relación directa con la educación -en la mayoría de los casos. Esta realidad es válida tanto para los ciudadanos como para los países. Podemos entonces afirmar que una revolución educativa será indispensable para poder acelerar y consolidar nuestro crecimiento económico y nuestro desarrollo. Esta es una tarea titánica, no solo por los recursos económicos y humanos que se requieren, sino también por los años que se necesitan para realizar los cambios y sentir los resultados.

Ante este enorme reto, el Perú ha trabajado en dos direcciones. La primera es la mejora de la educación estatal -con pocos resultados hasta el momento- debido a problemas de infraestructura, capacidad de los maestros y la politización del sector. La segunda dirección han sido los incentivos económicos a la educación privada, que permitieron un importante incremento en el número de entidades educativas, pero con malos resultados en la calidad profesional de los egresados. Paradójicamente, los resultados económicos para sus dueños y autoridades han sido espectaculares, haciendo de las universidades plataformas que han permitido la proliferación de una raza distinta de políticos, quienes están generando una evidente presión para lograr la remoción del ministro Saavedra.

Es evidente que las políticas que el Estado ha venido aplicando en los últimos años no nos van a permitir elevar el nivel de la educación a la velocidad que requerimos. ¿Cuál podría entonces ser una alternativa real para terminar con esta problemática? Desde mi punto de vista, la única manera viable es “la transformación digital de todo el sistema educativo del país”. Esta transformación requiere enfocarse en dos tareas principales. La primera es el conectar a todos los estudiantes del país, tarea difícil pero factible si vemos la velocidad con la que la tecnología de comunicaciones evoluciona y la disminución de sus costos. La segunda tarea, y la más compleja, es desarrollar la metodología y contenidos digitales adecuados a nuestra realidad y que permita que los alumnos puedan aprender a distancia y con un mínimo de supervisión. Después de 15 años como catedrático universitario, me permito afirmar que posiblemente los escollos más importantes para esta revolución sean lamentablemente los intereses económicos detrás de un negocio muy rentable como la educación, y los paradigmas de los maestros y autoridades, nacidos en la era del pizarrón y las clases presenciales.

El gobierno debería pensar en alternativas disruptivas que nos permitan dar un salto gigante en esta materia, en el más breve plazo y con una inversión que el país pueda afrontar. De lo contrario, será iluso soñar en consolidar el crecimiento y desarrollo de nuestro país.