Dicen que la plata ni los muertos pueden ser ocultados durante mucho tiempo. Por eso, en el sentido figurado, los malos políticos o los aspirantes a un cargo público suelen ser desnudados -tarde o temprano- por los periodistas o la sociedad civil al haber tomado alguno de estos dos atajos para llegar lejos.

En el caso de los posibles candidatos presidenciales y congresales, los medios de comunicación cumplen un papel fundamental para revelar la manera en que estos personajes logran mantenerse en pie -con oficio o beneficio conocido-. Un político, así como todo funcionario público, debe ser sometido al escrutinio público, le guste o no a él y a su familia.

Algunos argumentan que lo que haya conseguido un futuro candidato mientras no haya sido funcionario público, no puede ser objeto de cuestión. Sin embargo, considero que el desarrollo de una persona, en su concepto ético, no parte desde su intención de querer ser autoridad sino de su desenvolvimiento diario.

Por eso es bueno que quienes aspiren a un cargo público muestren total transparencia de lo que han conseguido durante su vida, sin apelar a que el no vivir del aparato público los exime de la evaluación pública. El que nada debe nada teme, reza un viejo adagio en el que todos los que quieran gobernarnos, sin excepción, deben reflejarse.

La postulación a un cargo público no siempre guarda una buena intención, muchas veces solo sirve como escudo mediático frente a las entidades fiscalizadoras. Esto, en muchos casos, transforma en víctimas a los perseguidos por la justicia, y sabemos cómo reacciona el peruano ante este tipo de personajes.

Por eso, una de las maneras de descifrar si alguien tiene el sano propósito de gobernar es, de manera primordial, buscar en su pasado, antes de escuchar propuestas que pueden servir solo de maquillaje político para cubrir los antecedentes de las personas.