Las tormentas de antagonismo y odio parecen no extinguirse en nuestra sociedad. Hace poco los ataques racistas contra las integrantes del grupo musical Corazón Serrano generaron el repudio de la población. Sin embargo, los salvajes no se repliegan ni se marchan en retirada. Volvieron a la carga y esta vez la víctima fue la cantante Dina Páucar, a quien calificaron de "serrana", "piojosa" y "pezuñenta".

Las agresiones, como si fueran navajas, se incrementan en las redes sociales. Gente que vive a través de las pantallas y celulares, y que en realidad usa máscaras para ocultarse en el anonimato.

Se han incrementado también los fanatismos y muchos los utilizan como armas para salir a la guerra en contra del que piensa distinto y del que es distinto. Asumen una posición a priori, en muchos casos sin tener una idea clara de lo que están juzgando. Sin duda, una actitud que no es racional y sí muy peligrosa.

Los ataques racistas y la secuela de confrontación y odio solo confirman que vivimos en una sociedad hiperfragmentada, en la que no encontramos una identidad nacional. Hay desarraigo en algunos peruanos. Como si vivieran en nuestro país, pero no estuvieran aquí.

Hay que ser conscientes de que el proceso tradicional en la vida del hombre (estudio, trabajo y descanso) ya no es el ideal. Hoy el periodo de información tiene que ser constante y desde la casa. Eso reclama la modificación del sistema de enseñanza, que ya no tiene solo que transmitir conocimientos sino también cultura y valores, armas poderosas para generar respeto y tolerancia.