No promueve ningún buen augurio para la paz mundial que el recuerdo del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, en esta ocasión esté dominado por las dos recientes explosiones en Beirut. Es verdad que aquellos fueron eventos bélicos distintos al sucedido hace pocos días, pero igual, por sus estragos, es innegable la asociación.

Han pasado 75 años desde que Paul Tibbets, piloto norteamericano, a bordo del Enola Gay, una de las naves B-29, lanzó la mortífera arma nuclear Little Boy sobre las referidas ciudades. Murieron en el acto y en total por los dos lanzamientos más de cien mil personas y con las secuelas inmediatas 210 mil. Nada detuvo el objetivo de la Casa Blanca.

Harry S. Truman, que asumió la presidencia a la muerte de Roosevelt, y que había tomado esta decisión, antes había lanzado una proclama al Japón, junto con los líderes del Reino Unido, China y la Unión Soviética –la Declaración de Potsdam del 2 de agosto de 1945–, pidiendo al emperador Hirohito la rendición incondicional.

La negativa del imperio del Sol Naciente apresuró los lanzamientos nucleares que nunca más se han vuelto a realizar en el mundo. Aunque diferente, por la misma razón de fondo, es necesario que se conozca qué pasó realmente en los almacenes del puerto de Beirut. Crece la idea dominadora de que fue un accidente.

Pero la pregunta sería ¿qué hacían cerca de 2750 toneladas de nitrato de amonio, que es un fertilizante muy explosivo, en los referidos almacenes, dizque inicialmente con destino hacia Mozambique?. ¿Acaso fue porque la embarcación rusa Rhosus que lo cargaba en 2013, lo dejó en el puerto por la prohibición de la autoridad portuaria libanesa al advertir de que dicha embarcación tenía fallas mecánicas?.

La paz para el Medio Oriente, donde no es un secreto la recurrente tensión entre el Líbano e Israel que soportaron guerras en 1982 y 2006, exige una respuesta satisfactoria.