La clave de la regulación eficiente es la independencia del organismo regulador. Y la clave de la independencia es la autoridad. La autoridad (auctoritas) ha sido definida, desde Roma, como el conocimiento socialmente reconocido, la sabiduría aceptada por todos, debido a una pericia particular. La autoridad otorga independencia porque implica la preeminencia del conocimiento sobre la opinión. El conocimiento objetivo es superior a la opinión individual. Es decir, la sabiduría trasciende y supera cualquier intencionalidad política o mercantilista. Esta es la clave de la regulación. Un organismo regulador solo podrá ser independiente si alcanza dicha independencia fundando su labor en el conocimiento y no en la política.

De allí que la política mercantilista sea una amenaza real para el organismo regulador. Si la política captura al regulador, la independencia desaparece. El voluntarismo de la política, la acción facciosa, el móvil particular, la división intrínseca a la búsqueda del poder mediatizan cualquier intento de lograr una regulación predecible e imparcial. Por eso es fundamental que la independencia sea protegida afianzando la autoridad, esto es, fortaleciendo el verdadero conocimiento técnico, en esencia superior al móvil coyuntural de la política mercantilista. Para eso se hace necesaria una opción real por la meritocracia. Solo el saber socialmente reconocido (la autoridad que conoce de verdad sobre el tema) es capaz de mantener la independencia ante los embates de un poder político desbocado.

Pienso en la necesidad de sostener islas de autoridad dentro del Estado. Sin autoridad, la administración pública colapsa. Y por ello es imprescindible apostar por un gobierno de gente preparada, de conocedores de cada sector, de expertos que adquirieron su experiencia en la cancha, no en el mundo etéreo de la consultoría. Solo así tendremos independencia y autoridad.