El shock ético
El shock ético

Están de moda los shocks. Se habla del económico y del social, pero nadie habla de un posible shock ético, tal vez porque lo consideran imposible, o peor, inconveniente. La ética obliga a todo el que tiene poder para influir en las vidas de los demás, aunque los valores y la moral aparecen sin prioridad lo que se convierte en corrupción que deslegitima políticos y gobiernos. Vemos a los humalistas con su bandera de una honestidad que haría la diferencia, y a los fujimoristas que pontifican de anticorrupción y moralidad cuando su década fue la peor en estos aspectos. Y a los dos presidentes posteriores a Fujimori sitiados por el estigma de la corrupción.

Las nociones éticas parecen de buen sentido o de sentido común, pero no lo son. Muchos ignoran el costo de la corrupción y la inseguridad ética. Los indicadores están ahí, millones se pierden con telarañas y corruptelas en la economía y la dinámica social. La presión por mayores beneficios rige el mundo, pero estos no deberían poder generarse contra las leyes y los valores. ¿Quiénes podrían plantear un shock ético asociado a un verdadero desarrollo social? Los poderosos cuentan con recursos y servicios, con consultoras y grupos de expertos, con opinólogos de influencia entre los políticos y los medios. Saben poner los acentos y nunca los pondrán en las responsabilidades de quienes les pagan. El relativismo moral -con base en el pragmatismo- nos lleva a creer que todo está permitido, que nadie recuerda lo que no parece conveniente recordar.

El equilibrio es la noción clave en nuestros tiempos. Necesitamos despejar la sospecha permanente, que se abra camino la confianza en los partidos políticos y en sus dirigentes. Para ello se requiere tratar el tema abiertamente. Los predicadores de la sociedad abierta dicen que no hay lugar para los antis a ser descartados con el borrón y la cuenta nueva. Pero desmemoria e impunidad son malignas. Estamos obligados a repensar lo que quisimos para el Perú después del denostado fujimontesinismo. El cambio político se produjo, pero el ético aguarda postergado como no esencial. Creíamos estar viviendo una época nueva, pero la fujimorización de la política nos ganó. Y la cadena de irresponsabilidad comienza por nosotros mismos.