El alcalde de Moche, Arturo Fernández, logró en las últimas horas aquello que más lo estimula: concentrar los reflectores y que la prensa hable de él. En Trujillo es un “caserito” en ese aspecto, sobre todo desde que inauguró la réplica del huaco erótico tamaño familiar, casualmente cuando lanzó su mayor aspiración política actual: la candidatura de la alcaldía de la provincia de Trujillo. Fernández ha apuntalado su candidatura -figurativamente hablando, claro- aferrado a ese falo gigantesco que enarbola con orgullo.
Pero la verdad que desde mucho antes ya mostraba signos de debilidad por la polémica y por los desvaríos. El alcalde de Moche ha utilizado todo este tiempo las redes sociales de la municipalidad que dirige como si fueran sus redes personales, atacando a regidores, a ciudadanos, e incluso a periodistas; vomitando ofensas a mansalva y denuestos contra quienes osan criticarlo o cuestionarlo. Atacando incluso a las mujeres con una misoginia propia de hombres despechados que necesitan urgente pasar por terapia.
El huaco erótico y su atractivo turístico parece haberle dado patente de corso, pues buena parte de la opinión pública local lo celebra y lo alza en hombros como si fuera un rey Midas moche. Hace poco nomás el diario más tradicional de Trujillo ponía en portada que Moche había logrado un récord de visitas turísticas gracias al huaco, y por supuesto el señor Arturo Fernández salía henchido de orgullo dando la primicia.
Ayer acudió a Palacio de Gobierno tras ser convocado junto a cientos de alcaldes para recibir un reconocimiento de manos de Pedro Castillo. Fernández aprovechó su momento y solo se acercó para rechazarle el reconocimiento y grabarse haciéndole el desplante. Lo difundió en las redes sociales, como siempre. Y dijo que no se prestaría al show. Él, justamente, quien ha hecho de la política un show de mal gusto.