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Acaban de cumplirse 50 años del asesinato de Martin Luther King, la máxima figura de la lucha contra el racismo y la discriminación en EE.UU. y era imposible dejar pasar esta fecha -4 de abril de 1968- que entristeció al mundo, es verdad, pero que significó un punto de quiebre en la lucha social por la igualdad entre las personas. Los negros llegaron a Norteamérica como esclavos desde el África subsahariana a las costas de toda la América Atlántica. Los negros estuvieron postrados y sometidos en el proceso histórico de la sociedad internacional, donde el dominio fue ejercido por quienes contaban con los medios de producción y el dominio de las tecnologías con que se contó en cada momento clave de la historia. Los factores que coadyuvaron al desarrollo de la civilización no estuvieron afirmados en el continente negro sino en Europa y Asia, donde los desarrollos alcanzaron niveles comparativamente disímiles al África, el verdadero alba de la humanidad, pues los consensos antropológicos dan cuenta que la raza negra fue la primera en aparecer en la Tierra, luego del proceso de hominización que Darwin identificó como el de transformación de los primates en homínidos. Esto sucedió hace ya más de 2 millones de años, principalmente en la zona del África ecuatorial, en Tanzania y Kenia.

No entremos en prejuicios tontos como asociarlos a cuestiones subjetivas puestas, por ejemplo, en la mitología griega, donde la ira de Zeus mandó unos rayos de fuego sobre la inmensa sabana africana castigando a la población de ese espacio del globo. Los negros han sido claves para el desarrollo de la humanidad. La mano de obra que ellos representaban dio aliento a los modelos económicos en las distintas sociedades. En el mundo son algo más de 1000 millones y en América viven unos 200, de ellos cerca de 40 millones en EE.UU., un país todavía con la sombra de la segregación racial y en el que el sueño de Luther King sigue siendo una utopía.

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