La invasión de Rusia a Ucrania es dolorosa, triste, dura para la humanidad. Este es el análisis humanitario y hasta aquí puede llegar. Desde la ciencia política, enn cambio, la mirada es diferente. Vista así, la acción rusa es adecuada como decisión geopolítica. De una movida, Putin logró dos metas decisivas: bloquear el avance de la OTAN y volver a poner a Rusia en el mapa geopolítico del planeta a nivel de potencia mundial.

Seamos sinceros. Ucrania en manos de un gobierno anti ruso y asimilado a la OTAN es el equivalente a la crisis de los misiles que Krüshev le planteó a Kennedy en 1961 al enviar misiles nucleares a Cuba. O sería, en términos más actuales, como si el próximo presidente mexicano fuera abiertamente anti yanquee y encima el país del tequila pasara a formar parte de un Pacto de Varsovia resucitado.

Prácticamente Putin no tenía opción. Es un error ver esta acción como un afán expansionista. Lo que busca es asegurar una zona de amortiguación de seguridad con la OTAN. Sin embargo, arriesgo una hipótesis. Bajo un gobierno de Donald Trump, el ruso hubiese intensificado más los esfuerzos diplomáticos. No porque Trump le hubiese enviado tropas para enfrentarlo, sino porque las capacidades de negociación del expresidente hubiesen logrado sentar en la misma mesa a los mandatarios de Ucrania y Rusia para hallar sí o sí una solución alternativa. Pero hoy no hay un líder de Occidente capaz de generar tal espacio, aunque ayer Emmanuel Macrón, el presidente francés, se ofreció como mediador, por desgracia, cuando las bombas ya empezaron a estallar y las muertes comenzaron a contabilizarse.

Putin se encargó de volver a ponerle garras al oso ruso. Y lo reinscribió en el juego geopolítico mundial del siglo XXI. Porque este siglo no será solo de EEUU y China. El oso todavía ruge. Bienvenidos al nuevo orden mundial.