El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca - TIAR, cumple hoy 74 años.  Es verdad que el TIAR fue una creación de los países de América en 1947, es decir, luego de la Segunda Guerra Mundial y en el marco de la Guerra Fría (1945-1989) que se iniciaba y que, además, como sabemos, fue el contexto de la política internacional de mediados del siglo XX, en que imperaban los recelos y el espionaje, en que los estados eran cuchilleros unos a otros sin desenvainar el arma blanca o de fuego, para volver a desencadenar otra guerra planetaria. En efecto, Washington y Moscú -los verdaderamente victoriosos de la conflagración bélica de 1939-, que se dividieron la torta del poder mundial, entraron en una relación de mutuas y recíprocas desconfianzas y comenzaron a crear sus propios escenarios de influencia ideológica pero también de defensa militar. Así, en esos años también fueron creadas la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN, en 1949, liderada por EE.UU., y el Pacto de Varsovia, en 1955, bajo la hegemonía de la entonces Unión Soviética, hoy Rusia. Es verdad que el TIAR no significa única ni necesariamente medidas militares, pero bien que lo es fundamentalmente, pues su espíritu de dación fue para pactar una respuesta colectiva solidaria y recíproca frente a una agresión extranjera o exterior. En otras palabras, y como reza la universal frase “Todos para uno y uno para todos” de la obra Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas padre (1802-1870), se trató de un acuerdo de las naciones del continente -hoy ya no están todos (solo 19)-, de deberse asistencia frente a un ataque armado. Dado en Río de Janeiro, fue invocado en el caso de la Guerra de las Malvinas (1982) y por EE.UU. luego del atentado de Al Qaeda de 2001. Han querido invocar su aplicación para el caso de Venezuela. Muy a mi pesar, pues no veo las horas de que Nicolás Maduro deje el poder o sea defenestrado porque lo usurpa, como profesor de Derecho Internacional, categóricamente diré que NO puede serlo. El régimen de facto llanero no es extranjero y Maduro no atenta contra la soberanía de Venezuela porque él, guste o no, sostenido por la cúpula militar del país, detenta y administra el poder real, aunque ilegal e ilegítimamente, que es distinto.  El derecho internacional jamás debe ser forzado.