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En 1912, zarpó en su primer (y último viaje) el magnífico transatlántico “Titanic”. En pleno viaje fue colisionado por un enorme iceberg que afectó su línea de flotación. Desde ese momento, su inexorable destino fue el fondo del mar. Su tripulación, de lujo, nada pudo hacer para evitarlo. Lo más terrible fue que estos no supieron percibir la gravedad de la situación; tardaron en comunicarla a los pasajeros, quienes confiados, siguieron realizando su rutina de viaje, condenados a perecer en él, cuando ya fue muy tarde para desocupar la nave a tiempo.

El gobierno de PPK, cual Titanic, con un gabinete de “lujo”, ha sido impactado por un enorme iceberg llamado “Odebrecht” del que recién toma conciencia cuando el último miércoles, la comisión “Lava Jato” anunció al país la comunicación cursada por el representante de Odebrecht en el Perú, en la que constan pagos a una empresa unipersonal de PPK realizados (en al menos dos de ellos) cuando era ministro de gobierno. La situación no puede ser más ominosa. Los partidos políticos, con representación en el Congreso, plantearon al Presidente que tomara la extrema decisión de renunciar, a fin de aminorar para el país el impacto de semejante crisis de gobierno.

Sin embargo, este “capitán” de barco -en actitud opuesta a la realizada por el del Titanic, que procuró salvar muchas vidas- pretende arrastrar a todos sus pasajeros, que somos los más de 30 millones de peruanos, al fondo del mar. Su grado de irresponsabilidad, y la de su gabinete que lo apoya, es inaudita e intolerable. Como sociedad, no podemos aceptar que seamos arrastrados en su ignominioso hundimiento, provocado exclusivamente por sus propias acciones. Su vacancia, por permanente incapacidad moral, es inminente e ineludible. 

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