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Mi hermano me comentaba que en el Perú uno nunca se aburre. Cuando se acabó el Mundial y volvíamos a nuestra lúgubre realidad, salieron los “CNMaudios” y comenzó el (triste) espectáculo. No es para llorar, sino para pensar bien las cosas. Es difícil mantener la calma cuando ves que tus autoridades se están comiendo el país, pero hagamos el esfuerzo.

La salida de Duberlí Rodríguez de la presidencia del Poder Judicial es válida, razonable. Sin embargo, no es la solución a los problemas del sistema de justicia. Según el reglamento, quien asumirá será otro juez supremo, que bien hubiera podido ser un tal César Hinostroza si es que no lo hubiesen descubierto con los pantalones abajo.

Las cabezas del Poder Judicial han sido parte del pestilente engranaje. No se olviden que los amarres con jueces no comienzan este año, sino en anteriores gestiones y décadas. Así, por ejemplo, Francisco Távara, el decano de los supremos, ya ha sido jefe, igual que César San Martín. Otra cosa es que no haya habido un seguimiento a las triquiñuelas.

Por eso, no debemos alegrarnos con tan solo la salida de la cabeza. Es el cuerpo el que también está enfermo. Desde la punta de los pies, con los jueces de paz a dedo pasando por los supernumerarios, titulares y superiores. Es la lógica de la corrupción. ¿O creen que solo los de arriba son los malos de la película?

La reforma del sistema de justicia debe ahondar más allá de las renuncias. Así tenemos que la salida en mancha de los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), encabezado por Orlando Velásquez, tampoco garantiza que este ente no vuelva a ser copado por corruptos vestidos de mansas palomas.

Alegrémonos recién cuando nos pongan sobre el tapete cómo es que caminará la nueva justicia en el país, cómo volveremos a confiar en los jueces, los fiscales y los policías, y en el resto de autoridades.