Armando Manzanero odiaba las etiquetas, esa del “rey del bolero”, por ejemplo, no le hacía ninguna gracia, él estaba convencido de que su oficio de escritor de canciones de amor iba más allá de cualquier rótulo. Lo suyo era poner el corazón en cada tema, y que cada intérprete haga lo propio, para llegar directo al alma del gran público que fue siempre el principal juez de sus obras. Así fue desde que empezó su carrera, hace más de seis décadas, cuando el amor se convirtió en el centro de esa inspiración que él transformaba en canciones, cuando apelando a la grandeza de lo sencillo, que no está reñido con lo poético, regaló letras intensas, conmovedoras y melodías perfectas. En plena madurez, cuando disfrutaba de los aplausos, el reconocimiento y no había puesto fin a sus trajines musicales, a los 85 años, el maestro de las más de 400 canciones, nos dejó hace una semana. Su partida fue rápida, sin mucho trámite ni despedida, dejando al mundo entero conmocionado por esa ausencia irreparable. No es una exageración cuando se señala su grandeza y se le ubique en un lugar de privilegio en el Olimpo de los grandes compositores de la historia. Cualquier reconocimiento es poco para Manzanero, un hombre que logró trascender superando cualquier barrera, para dar lugar al verdadero talento. Que un artista marque la vida a varias generaciones, se le reconozca su influencia, y que con ello trascienda a millones en el mundo, eso, es privilegio de grandes, solo de los elegidos y merece todos los tributos. En tiempos en los que las buenas letras y melodías no se difunden masivamente, y los creadores de música romántica parecen una especie en extinción, el fallecimiento del compositor yucateco duele, y pesa mucho, es irreparable. La gente llora a Manzanero porque se quedó sin el escritor de la banda sonora de sus vidas, sin el hombre que transmitió historias de amor y desamor, sin ese creador de temas inmortales. Hay que ser gigante para resumir en canciones los sentimientos más nobles que se genera cuando se está enamorado. “Aprendí, que puede un beso ser más dulce y más profundo que puedo irme mañana mismo de este mundo Las cosas buenas ya contigo las viví Y contigo aprendí Que yo nací el día en que te conocí”. ¡Aplausos eternos!
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