“Solo hay dos maneras de vivir la vida. Una de ellas es como si nada fuera un milagro. La otra es como si todo fuera un milagro”. Albert Einstein nos dejó esta frase que confronta a quienes ocupan su tiempo en contabilizar sus pesares y soslayan la enumeración de sus alegrías. La exquisita metáfora musical de Joaquín Sabina va en la misma dirección: “Más de cien palabras, más de cien motivos/Para no cortarse de un tajo las venas/Más de cien pupilas donde vernos vivos/Más de cien mentiras que valen la pena”.

Sirva este lead para resaltar la sana costumbre de tomarse un selfie o fotografiar al familiar que se acompaña a la vacunación y subir las tomas a las redes sociales con una leyenda al pie de la toma. “Hoy mi mami recibió su segunda dosis, gracias Dios mío, ahora estamos más tranquilos” es casi un molde. O simplemente #YoPongoElHombro. Deben saber, entonces, que plasmar este emocionante instante y postearlo en nuestras plataformas digitales ya tiene nombre de pila: Vaxxie, fusión de las palabras vaccine (vacuna) y selfie (autorretrato).

Y es que conmoverse ante el pinchazo salvador, sabiendo que el enemigo pulula por todos lados, camuflado en cepas súper peligrosas, además de habernos dejado sin 180 mil compatriotas, implica necesariamente una obligación sentimental, un acontecimiento ligado a la esperanza de vida. La COVID-19 acarrea estrés, miedo, desgaste físico y mental, y cada inyección es como el maná del cielo. De allí la necesidad de que la inoculación agarre viada para llegar a la ansiada inmunidad de rebaño.

Vamos Pablo Milanés, despida usted esta columna: “La vida no vale nada si ignoro que el asesino, cogió por otro camino y prepara otra celada” (léase tercera ola).