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Palabras bonitas, seguramente con poemas y flores de por medio para exaltarlas, serán hoy la regla en el Día Internacional de la Mujer. Eso está muy bien, pero no creo que sea suficiente para relievar contarlas en modo trascendente en el mundo. El mundo en que ellas viven sigue siendo históricamente patriarcal. La sociedad internacional así ha sido determinada en su decurso de los últimos 5 mil años. El matriarcado con que se dio inicio a la vida humana, luego del proceso de hominización, donde la mujer era el centro de la vida social, tuvo que ceder al imponerse la sociedad de la fuerza, con la que el hombre logró dominio e imperio. Con matices y maquillajes, desde entonces el mundo en el fondo no ha cambiado. La bestialidad de los hombres las creyó a su servicio y se produjo el abuso sobre la mujer comparándola con la res romana, es decir, la cosa, una categoría que tenían los esclavos, por ejemplo. En el Medio Oriente, las mujeres son vejadas por las hordas del Estado Islámico y las de los países africanos calificados de Estados fallidos, como Somalia o el Congo, son tratadas con salvajismo. En los países más fundamentalistas del continente asiático, como Afganistán, Pakistán o India, la mujer prácticamente no existe. Las mujeres europeas han tenido mejor suerte, pero aún persisten pétreas cosmovisiones de sumisión -los países balcánicos- donde están muy mal consideradas. En América Latina no son la excepción. Es verdad que han ganado espacios, pero sigue siendo la violencia contra la mujer una de las manifestaciones más cruentas del brutal machismo. Para que las mujeres sientan el cambio cualitativo esperado, el Estado debe tomar decisiones concretas que promuevan en ellas la confianza que hoy no tienen. Solo dos variables concretas en esta columna para países como el Perú: contar con sueldos valorados como a los hombres y con leyes drásticas como la pena de muerte para los violadores sexuales. Así las flores y los poemas serán el perfecto complemento para el homenaje que ellas tanto merecen.