El viaje de Putin a China
El viaje de Putin a China

La variable China ha sido en los últimos días el recurso de Vladimir Putin, presidente de Rusia, para contrarrestar posibles sanciones económicas –su verdadera debilidad- que pudiera emprender Occidente luego de toda la crisis que Moscú ha ocasionado desde que decidió recientemente anexarse a Crimea, aprovechando la inestabilidad política en Ucrania, que terminó derrocando a su aliado el expresidente Víktor Yanucóvich. En efecto, a Putin le ha costado decidir girar hacia China, cruzar los cerca de 4000 km de frontera que separa a Moscú del gigante de la economía mundial y lo ha hecho porque necesita asegurar un potencial socio estratégico si acaso la Unión Europea con el apoyo de Estados de Unidos encuentra alguna otra alternativa para superar el estrago de dependencia que mantiene sobre Rusia por el gas. De hecho, Putin ha pensado en el nivel de rentabilidad que le producirá el reciente acuerdo con China, aplicable a partir del 2018, para llevarle gas natural desde los ricos yacimientos con los que cuenta en Siberia y, además, porque sabe que sus ingresos por exportaciones, que bordean el 70%, provienen del gas y del petróleo y no desea correr riesgos. Pero tampoco es que Europa está en condiciones de jaquear por sí solo a Rusia. La dependencia mutua es relevante, pues el intercambio comercial entre ambos bordea los 370 mil millones de dólares, una diferencia abismal si lo comparamos con el que Moscú mantiene con cualquier estado individual de Europa o quizás con Estados Unidos, que no pasa de los 26 mil millones de dólares. En su análisis, Putin advierte que China es de otras ligas y a la hora de buscar equilibrios mirando a Occidente considera a esta alianza una carta muy efectiva para neutralizarlos y por eso en su discurso en Shanghai, cargado de optimismo y liberando sus preocupaciones, ha dicho recientemente, en su encuentro con su homólogo Xi Jinping, que China es hoy, sin duda, el mayor socio de Rusia y que el intercambio comercial, que en el 2013 llegó a cerca de 90 mil millones de dólares, superará la impresionante cifra de los 100 mil millones de dólares antes del 2016. Putin ha logrado abrir su abanico de estrategias, que por supuesto está concentrado en el asunto económico –aquí las cuestiones ideológicas de la época de la Guerra Fría están descartadas–, y le está diciendo a Occidente –pronto se verá con Barack Obama y Ángela Merkel en la celebración del 70 aniversario del famoso Día D que recuerda el victorioso desembarco en Normandía para liberar a Europa de la Alemania nazi durante la segunda guerra mundial- que cuenta con otros socios y otros mercados para su gas, si acaso le llegara el momento de enfrentar reales sanciones económicas. Putin, además, ha resultado ser hasta ahora más audaz que el propio Obama. Para contentar a su afamado socio estratégico ha detenido abruptamente los separatismos que digitó en toda Ucrania y ha anunciado el retiro de sus tropas de la frontera con ese país, y aunque a estas alturas puedan ser irrelevantes estos gestos, pues Moscú ya ha logrado crear el contexto para una falta de legitimidad en las elecciones en Ucrania que se realizan este domingo, en realidad lo hace para calmar a China, que también tiene problemas de separatismos en los territorios del Tíbet y los uigures. Entre tanto, Obama aparece ausente de reflejos y desestima el abc de la diplomacia estadounidense, que Henry Kissinger aleccionó en todos sus predecesores, es decir, evitar a como dé lugar cualquier acercamiento China-Rusia y así lo hizo cuando, para mediatizar a la entonces Unión Soviética, promovió el ingreso de China en el Consejo de Seguridad en reemplazo de Taiwán y convenció a Nixon de visitar Pekín, lo que culminó en histórico viaje en 1972. No es un ajedrez completo el de Putin, pero está claro que ha entendido que el problema de Rusia es económico y para ello todavía tiene por delante otras fichas más que mover, seguramente buscando el fortalecimiento euroasiático del este. En ese lapso, es necesario que Washington sea más proactivo.