De niño me explicaron que desde los 7 años ya tenías “uso de razón”. ¿Qué cosa era eso? Pues saber distinguir el bien del mal. Después de los dos últimos congresos -para no retroceder más-, no sabemos distinguir muchas más cosas.

No hay necesidad de demostrar que nuestro electorado necesita ayuda. ¿Quién puede ayudarnos? ¿A dónde acudir? Pienso que lo peor que podemos hacer –pero eso haremos- es acudir a, y creer en las voces en redes sociales, básicamente Facebook y Twitter. Son los medios menos reflexivos que hay y los más hepáticos para recibir sabios consejos.

Las ideas se producen y circulan en las redes sociales tal como aparece y se mueve una nube de langostas, depredando y destruyendo todo a su paso. Una decisión política para ser lo más acertada posible demanda baja velocidad para que las ideas se asienten, reposen y puedan someterse a juicio, cosa que jamás emanará de lo errático y caótico.

Sin embargo, las redes y la televisión de señal abierta son los medios masivos a los que recurrirán los candidatos para convencernos y elegirlos. Las apelaciones electorales, ya lo sabemos, son finalmente más emotivas que racionales porque “todo el mundo” cree, ilusamente, que posee un sexto sentido, un instinto para distinguir lo bueno de lo malo, lo auténtico de lo falso, lo verdadero de la mentira.

No necesitamos que el elector haga una tesis académica o la investigación de un perito antes de dar su voto. Básicamente requerimos elegir personas profesionales y técnicamente capaces, eficientes, y que sean honestas y honradas, es decir moralmente confiables.

Todos nos van a decir que lo son. Necesitamos saber quiénes son y lo serán. No vamos a elegir santos para postularlos a la beatitud, pero si no elegimos personas que sepan distinguir entre el bien y el mal, jamás conseguiremos un buen político.