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“No espero ser ministro, aunque por el Perú yo haría cualquier cosa, siempre lo he dicho”. Este desprendimiento político exhibía Alan García el 21 de octubre de 2017. Es más, reclamaba no haber sido considerado por el presidente Pedro Pablo Kuczynski, pese al apoyo que en varias conversaciones face to face le ofreció.

Y aquí nace la primera pregunta: si AGP está dispuesto a poner la piel por el país, ¿por qué le ha enervado tanto que sus discípulos y compañeros Javier Barreda y Abel Salinas recojan su ejemplo y se amarren el fajín de ministros de Estado en una coyuntura complicada para el Gobierno?

La excusa de que hay un desacato a los acuerdos partidarios es totalmente válida, no obstante al exmandatario siempre se le escuchó proferir que primero están los intereses nacionales, y esta era (o es) una tremenda oportunidad para mutar de la retórica al hecho tangible, del floro al teorema.

García Pérez, también, tiene entre ceja y ceja a Jorge del Castillo y Luciana León por abstenerse de votar a favor de la vacancia de PPK. Y aquí nace la segunda pregunta: un confeso demócrata como él, con dos periodos gubernamentales encima, ¿realmente está convencido de que sacar a Kuczynski y exponer al Perú a un futuro político incierto es lo más acertado? Con el agregado de que los tentáculos de Odebrecht también rozan a Alan.

Finalmente, si el APRA pretende descontaminarse, caminar solo y, además, cree que hubo un contubernio entre el oficialismo y el fujimorismo -a través de Kenji- para canjear la continuidad del Presidente por el indulto humanitario de Alberto Fujimori, ¿qué hace Mauricio Mulder en la Mesa Directiva del Congreso, encabezada por los “naranjas”? Digo.