Tengo la impresión de que las próximas elecciones generales tendrán que cumplirse no tanto porque lo manda la ley, sino para que no se diga que el actual presidente Martín Vizcarra quiere aferrarse, cual dictador, al poder.

Y a pesar de haberlo desmentido enésimas veces y porque ganas no les faltan, a sus detractores, de que lo incumpla. Pero lo cierto es que las condiciones anímicas y reales del electorado no parecen estar dadas para buenos resultados, como no lo estuvieron para la elección del congreso actual.

La incertidumbre que genera el miedo a la muerte y la situación económica hace presa fácil al elector de mensajes mesiánicos y promesas que difícilmente se podrán cumplir, más o menos del mismo tenor de lo que ya el congreso actual anda proponiendo.

Si la configuración política actual del parlamento se replica en el Ejecutivo ya nos podemos ir preparando para lo que se viene. Ante este panorama, marcado por la crisis de la pandemia del Covid 19, los protagonistas políticos sólo tienen a algunos de sus escuderos disparando, la mayoría invernan silenciosos esperando un momento propicio para entrar al baile. Se olvidan, o creen que no tiene mayor importancia, que su ausencia en la emergencia tendrá un papel decisivo en las preferencias electorales; llegar sin desgaste.

¿Quiénes serán los gobernantes post covid 19? ¿Serán más de los improvisados y zamarros que terminan reclutados por la corrupción, o habremos aprendido la lección y elegiremos a quienes sean capaces de priorizar la salud y la educación entre los objetivos nacionales? A veces pienso que no sólo es el resultado de malos electores y malos elegidos.

El problema comienza un poco antes, desde quienes eligen a los candidatos y le ponen el menú al elector. Ahora más que antes necesitamos extremar los filtros, con menos oportunistas y más gente que piense en el largo plazo.