La emergencia que vivimos lleva inevitablemente a hacernos algunas interrogantes necesarias, elementales, impostergables. Una de ellas, quizá la principal, es por qué un país con los recursos que tiene -no solamente económicos- no puede sacudirse de sus taras y aprender de los errores del pasado. Por qué si hemos vivido situaciones extremas y desconcertantes, como los fenómenos del Niño del 83 y 98, no aprendimos de ellos y emprendimos un plan de prevención serio y una planificación estratégica y responsable. Sé que no será ahora, pero en algún momento los alcaldes distritales tendrán que responder por qué se edificaron viviendas al pie de las quebradas, los municipios provinciales deberán decirnos por qué los puentes se cayeron, los ingenieros por qué se desplomaron, los ministros por qué los gastos no se ejecutaron, los gobernadores por qué los ríos no se descolmataron, en Defensa Civil por qué los lechos de los ríos no se encauzaron, en los concejos por qué los sistemas de drenaje no se habilitaron y los presidentes por qué se obviaron olímpicamente políticas públicas eficaces y prudentes si, como ha dicho Pedro Pablo Kuczynski, había el dinero suficiente para hacerlo. Cuando la crisis que nos agobia pase y el brazo solidario de un país se extienda sobre aquellos que lo han perdido todo, buscaremos repuestas. Y quienes estén obligados a responderlas, deberán hacerlo.