Una pregunta necesaria e impostergable que deberán responder la veintena de candidatos que se presenten en la ya iniciada campaña electoral es cómo reducir la indudable desigualdad social que existe en el país y, dentro de una economía ordenada y que mantenga sus principios básicos, buscar una solución para que los vastos sectores sociales que conviven con la pobreza tengan las herramientas necesarias para salir adelante y tener una vida digna. El efecto devastador de la pandemia ha llevado a las distintas izquierdas a culpar al modelo. Es el fracaso del neoliberalismo, han dicho algunos, y la demostración exacta que el “milagro peruano” era una farsa, la estafa de las cifras macroeconómicas expuestas sin el correlato de la realidad. En principio, si algo permitió que fluyeran los recursos para amortiguar los efectos devastadores de la pandemia fue, precisamente, el modelo. Años de años de recursos fiscales ahorrados salieron a la primera línea de batalla para contener en algo la arremetida apocalíptica del virus. Otro tema fue la eficiencia de su distribución, pero allí caemos en la torpeza gestionaria y distributiva de un gobierno homologable con aquellos pacientes con habilidades especiales. Pero las inocultables falencias de atención en salud o que el 25% del país no tenga acceso a agua potable o que las pruebas Pisa demuestren cada año que la educación es un drama permanente son las grietas de una estructura que tiene una base que no se puede arriesgar. No es, pues, una falla geológica que nos obligue a mudar de vecindario. De Alberto Fujimori en adelante, todos los gobiernos tuvieron los recursos suficientes para acercar las brechas y apostar por las reformas de segunda generación que el país tenía pendientes, pero no lo hicieron. Apostaron por el piloto automático, fueron ganados por la apatía y, sin duda, dedicaron sus esfuerzos a nadar entre las miasmas de la putrefacción. Y así, entre escandaletes políticos y corrupción institucionalizada perdimos 20 años. Los tiraron por la borda. Toledo, Alan, Humala, PPK y Vizcarra pasarán a la historia de la grisura, les darán el premio a la medianía y guardarán el trofeo de la relatividad, en casi todos los casos, cuando salgan de la cárcel y observen hacia atrás sus prescindibles gestiones. Pero no fue el modelo, fueron las personas. Aquel que lo entienda así debería ser el ganador de las próximas elecciones.

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