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La partida de Marco Aurelio Denegri, una de las mentes más lúcidas de este país, conmovió y causó un tremendo impacto, no solo en los círculos intelectuales, que lo tenían como referente habitual, sino también en quienes lo seguían a través de La función de la palabra, programa de televisión en que el “polígrafo” (escritor o autodidacta que trata sobre materias diversas) llevaba información y cultura a sus seguidores. Hoy muchos presumen de conocer su obra, muchos se declaran fieles hinchas de sus programas de televisión, otros manifiestan que su forma de enfrentar la vida fue inspiración para las suyas. En buena hora, al fin y al cabo, sea mentira o verdad, no estamos para dudar de súbitas declaraciones de admiración a personajes que nos dejan, y mucho más si son de la estatura de Denegri. Pero dejemos el oportunismo y vayamos a lo concreto, a lo real, a lo que convirtió al intelectual en una figura mediática que le permitió trascender de círculos restringidos a terrenos algo más masivos. ¿Cuál fue el vehículo, la herramienta? Pues la tan vapuleada televisión, que hizo al maestro un conductor que nos ofrecía desde el más especializado comentario literario y la opinión certera hasta la entrevista sabrosa a diversos personajes que ilustraban con sus respuestas y conocimiento. La función de la palabra, que transmitía TV Perú, es el mejor ejemplo de que la cultura debe tener espacio en nuestra pantalla chica como un aporte necesario, y que el canal estatal tuvo el tino de mantener hasta que Denegri cayó enfermo. Y en honor a Marco Aurelio, hay que hacer todos un “mea culpa”, especialmente quienes exigen, se jalan los cabellos y hasta salen a las calles en marchas pidiendo un mejor contenido en televisión comercial. Seamos consecuentes y apoyemos esos espacios que difunden cultura y que tanto creemos merecer; el canal del Estado tiene muchos de visión obligatoria. Y los otros, los canales de señal abierta, en honor a Marco Aurelio, apuesten por al menos algunas horas en las que, además de la diversión, también se pueda transmitir conocimiento. La cultura no está divorciada del entretenimiento, es cuestión de comprometerse. Es más fácil sacar cuerpo, hacerse los locos, dejar que otros den el primer paso. Ya es hora, la sociedad lo exige. Sería el mejor homenaje al maestro.