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Tal como estaba previsto, la dictadura de Nicolás Maduro se salió con la suya y resultó ganadora del remedo de elecciones del último domingo, en que el oficialismo prácticamente corrió solo en la cancha, bajo la observación de personajes para el olvido como el exjefe de gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, quien se prestó a la farsa para satisfacción del chavismo.

Lamentable que un gobierno que ha sumido a un país rico en petróleo en una brutal crisis, por la falta de libertades y de recursos para cubrir las necesidades más elementales de millones de personas, muchas de las cuales han tenido que salir a países cercanos como el Perú, se haya podido proclamar ganador de unos comicios que carecieron de los estándares básicos de transparencia.

Ahora tenemos Maduro para rato, lo que significa que los venezolanos seguirán sin libertad y sin tener ni siquiera medicinas para atender los males de salud que los aquejan. Un grupo de países de la región ha expresado sus cuestionamientos a los comicios del domingo. Sin embargo, más allá de eso es poco lo que pueden hacer.

Venezuela, junto a Cuba y Nicaragua, es una herida abierta en la región, por más que ciertos sectores de la izquierda sigan mirando hacia los costados, debido a que se trata de una dictadura “afín” a su ideología y no como la de Alberto Fujimori o Augusto Pinochet.