En estos días, uno escucha cada disparate sobre las vacunas contra el Covid-19 que no solo ocasiona arcadas, sino indignación. No confiar en la ciencia y hacerlo sobre la basura de las redes sociales puede estar desnudando nuestro nivel de credibilidad como país.
¿Somos en realidad un país del nuevo siglo? Parece que nos hemos quedado en el atraso, en las cavernas imaginarias de la desinformación, en las urnas del desarrollo. Una cosa es tener fe sobre el milagro que acabará con la epidemia y otra, creer en una pantalla.
“Puedes quedar como autista”, “te va a cambiar el PH”, “pueden inocularte un chip”, “puedes morir de inmediato”. Estas y otras frases más he tenido que escuchar durante las últimas semanas cuando a algunas personas se les preguntaba por la vacuna contra el virus. Caramba, no se necesita contar con estudios superiores para rebatir dichos pensamientos precarios. ¿Por qué tanta idiotez? ¿Qué se consigue inoculando mentiras sobre la ciencia? Aquí, definitivamente, hay un interés por mantener el reino de la ignorancia. ¿Qué se hace para combatir a estos bribones? En este país de apariencias, los supuestos no deben existir. Por ejemplo, no demos por cierto que la gran mayoría de peruanos sabe sobre los beneficios de una vacuna, aún cuando todos han llevado a sus hijos a algún centro de salud.
El Estado -no el país- no solo batalla contra la epidemia, sino contra el enemigo público de la duda, de la verdad con muletas, de la supina desfachatez de la cultura popular. Si no me creen, esperen que vuelva a salir la niña que predice el fin del mundo.Recuperemos la credibilidad, hagámoslo por el futuro de esta nación, por aquellos hombres y mujeres de primera línea de batalla, por quienes desde la ciencia combaten cada día contra el esparcimiento de la falacia. El silencio es esa sombra que acompaña, pero no actúa.