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La última vez fue España 82 y todos hablaban del famoso Naranjito, la mascota del mundial ibérico. Ir a tres mundiales en menos de 12 años -México 70 y Argentina 78 fueron los otros dos torneos- había legado una locura deportiva en los barrios de Lima y otras ciudades del Perú, atestados por adolescentes y jóvenes que practicábamos el fútbol hasta altas horas de la noche. Todos nos creíamos Sotil o Cubillas, y por esas hazañas fueron confirmados en nuestro país los partidos de fulbito a montones con el juego al ras del suelo, puros toques y pared de por medio, a cuya técnica nadie quería renunciar en una acalorada pichanga. Era nuestra marca del “fútbol bonito”. En los años 90 dejamos de jugar en los improvisados arcos pintados con ladrillo y pasamos -otro level- a las losas deportivas. La ansiedad fue creciendo con ver pasar los años sin que estuviéramos en los mundiales y el tiempo prolongado nos llevó a la frustración. Hoy todo puede ser distinto, pero cuidado con cercarnos nosotros mismos creando una coraza que podría terminar presionándonos; de hecho, no me hubiera adelantado ayer en anunciar un feriado no laborable para mañana jueves si acaso y solamente ganamos el partido. Nadie creyó en este escenario tan auspicioso, pero así es el fútbol, un deporte que no tiene lógica porque gana el que mete goles, que no es necesariamente el mejor. Al final de la jornada de hoy todo puede ser distinto. Es un asunto de pura inteligencia emocional, pues objetivamente somos más que Nueva Zelanda en lo futbolístico, pero no olvidemos que esto último será irrelevante mientras no ganemos el partido. Los “kiwis” no tienen mayor presión y andan relajados por toda Lima; los nuestros siguen concentrados y acertadamente al capítulo Guerrero lo hemos sacado deliberadamente para que no distraiga el objetivo. Si ganamos, como creo, exportaremos al Perú pero, sobre todo, nuestro optimismo, que no tiene precio. ¡Es hora de volver al Mundial!