El coronavirus no tiene pasaporte. La globalización ha terminado por imponerse desafiando las fronteras del Estado-nación. Después de esta crisis, como de todas las crisis, surgirá un mundo nuevo de posibilidades que deben ser aprovechadas meditando cuidadosamente las lecciones que nos deja la pandemia. Con todo, el aguijón de la muerte todavía nos amenaza y es pronto para mirar atrás, pero sí es imprescindible definir que el mundo que emerja de la pandemia por fuerza tiene que ser solidario.

Solidaridad es lo que tenemos que demostrar los peruanos en estas horas de oscuridad. El verdadero patriotismo siempre es funcional, operativo, se plasma en obras. Obras son amores y no buenas razones. Allí donde el Estado fracasa o tarda por los mil motivos de la gestión, la sociedad civil tiene que saber responder, organizándose, teniendo iniciativa, innovando, poniendo el hombro y sacando adelante al país. Incluso en cuarentena podemos crear redes solidarias que mitiguen la gran crisis que viven nuestros hermanos. Aún encerrados en nuestras casas es posible tender la mano ciudadana allí donde el brazo estatal flaquea. Los ciudadanos conocemos mejor que nadie lo que necesitan nuestros vecinos.

Lo que a todos importa por todos debe ser solucionado. Este es el gran principio sobre el que se funda la democracia clásica. La reconstrucción del país es tarea de todos. Los enfermos a todos nos deben importar. Las poblaciones vulnerables deben ser protegidos por toda la sociedad. Nada de lo humano nos es ajeno. Las naciones que superan las horas más oscuras son aquellas que se hermanan completando el trabajo de las burocracias. Es la hora de la solidaridad.