GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Cuando surgió el enfoque de “calidad total”, en el campo de la administración, estuvo dirigido principalmente al producto. Fue valorado por quienes creyeron que los resultados absolutos eran posibles. Era y es inevitable la pregunta: ¿los bienes y servicios alcanzan un nivel de calidad total que impliquen perfección?

Estaremos de acuerdo en que tal pretensión resulta ilusoria, puesto que en toda obra humana -también en la gestión empresarial- siempre los productos tendrán márgenes de error, por más pequeños que estos sean.

Considero que esta concepción le resta importancia al hecho de que los procesos son diseñados, implementados, ejecutados, monitoreados y evaluados por seres humanos. Por ello, resulta por lo menos discutible que algunos actores sociales y educativos -cada día con menos ímpetu- intenten aplicar este modelo de “calidad total” a la gestión educativa a través de planes de mejora continua de las instituciones de enseñanza, pretendiendo que los “productos” (que serían los alumnos) sean considerados como resultados cuantificables.

Esto niega, sin duda, la complejidad humana de los procesos educativos, en los cuales se producen vínculos intersubjetivos entre maestros, alumnos, currículo y entornos. Además, no le da la relevancia que corresponde a la diversidad de los educandos, quienes presentan sus propias características afectivo-valorativas y cognitivo-intelectuales, así como sus necesidades fundamentales, que hay que atender desde una pedagogía inclusiva, interactiva y creativa.

Debemos aspirar a que los colegios, centros técnicos, institutos y universidades sean de calidad, buscando resultados óptimos de aprendizaje y formación; pero sin llegar a posturas que intenten un control totalizador y micrométrico de los índices y factores que intervienen en la mejora de los sistemas educativos.