Cuando el Dúo dinámico hizo popular aquella canción que decía “Esos ojitos negros/ que me miraban/ Esa mirada extraña/ que me turbaba”, hablaban de la necesidad de mirarse a los ojos de los enamorados, no para descubrir si el otro te miente o no.
La verdad es que en mi casi medio siglo en esta profesión nunca escuché ni leí sobre semejante recurso para arrancarle la verdad a un entrevistado. Esto es original, una innovación.
Dicen los poetas que a través de los ojos se puede penetrar hasta lo más profundo del alma de una persona. Pero eso es poesía, no periodismo. Y el periodismo se mide por la cantidad y calidad de información que se obtiene y se pone a conocimiento de la audiencia.
En consecuencia, una entrevista no trata de salir con el estoque a corretear al toro infligiendo el mayor número posible de heridas. Si lo que pretendes es mostrar al final que cortaste oreja y rabo, estás obligado a hacer un balance donde presentes qué sabes ahora que no conocías antes de la entrevista. Cuánta información y de qué calidad obtuviste en la faena, donde es secundario y hasta anecdótico si el entrevistado sale contento o rabiando. Pues, en el espectáculo que nos regalaron el domingo, ni lo uno ni lo otro.
Ni de forma, ni de fondo. Es como si el género periodístico llamado entrevista hubiera evolucionado como su homónimo en lo sexual, ya no sólo hay dos definiciones tradicionales sino muchas, como en una ensalada.
Quizá por eso, siendo la televisión un espectáculo, algunos colegas ya no saben si están trabajando en El valor de la verdad, Esto es guerra, o emulando a Magaly o a Laura –la de Montesinos- cuando hacía lamer sobacos a una pobre mujer.