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En mis permanentes visitas a colegios públicos y privados, habitualmente los docentes expresan su preocupación sobre un sector de padres que no acompaña a sus hijos. Y sobre otros padres de familia que, si bien muestran dedicación en el acompañamiento de los procesos formativos de los alumnos, no siempre están en condiciones de responder o actuar convergentemente desde el hogar en su condición de educadores natos. Por ello, desde hace varios años se recomienda desarrollar programas educativos llamados Escuelas de Padres.

En los últimos años se ha debilitado esta propuesta por varias razones; una de ellas es la falta de claridad de los temas a tratar. Y es que las sesiones deben tener en cuenta los sentimientos latentes y manifiestos de los padres de familia, porque es a partir de sus frustraciones y satisfacciones que se pueden generar contenidos significativos. Veamos algunos que debieran priorizarse: el bullying (acoso y agresión entre escolares); las conductas de riesgo (drogas, alcohol, peras malogradas, amigos peligrosos); la educación sexual integrando las dimensiones biológico-reproductiva, socio-emocional y ético-moral; la necesidad de límites y normas, así como de sanciones en el marco de una disciplina positiva en la casa y en el colegio. De igual modo, los problemas de aprendizaje y el apoyo educativo; la orientación, exploración y decisión vocacional; y la salud física, mental y social. Trabajar también técnicas como la escucha, el diálogo, la entrevista y la contención emocional.

Es importante que colaboren no solo autoridades educativas, maestros y padres de familia, sino también instituciones y organizaciones de la sociedad civil. Por eso saludo a la Derrama Magisterial que, entre sus múltiples actividades educativas, viene desarrollando a nivel nacional charlas-conversatorios a través de las Escuelas de Padres. Es un ejemplo a replicar.