Es casi asombrosa la naturalidad con la que el expresidente Pedro Castillo ha negado muchas veces haber encabezado una intentona golpista el 7 de diciembre del 2022. Sin embargo, su discurso de defensa se degrada luego de la aparición de un decreto ley, encontrado por la Fiscalía en Palacio de Gobierno. Dicha iniciativa legal ordenaba el cierre del Congreso y la convocatoria de nuevas elecciones parlamentarias para el 4 de junio. Con esto se cae su farsa.

Ya no le sirve ninguna estrategia para evadir la cárcel. Ya no le sirve la victimización ni el lloriqueo. Está bien donde está. Si hasta los que deliraban por el expresidente hicieron notar su frustración y su rabia votando por su vacancia aquel 7 de diciembre. Una clara unanimidad por responsabilizarlo del golpe de Estado.

Algunos, los menos, achacarán todo su despropósito y afán de romper el orden constitucional a su inexperiencia, ineptitud e incapacidad, pero eso es como decirles “pirañitas” a los del “Tren de Aragua”.

Pedro Castillo era un sudoroso sindicalista que protestaba y se quejaba en defensa de los profesores. Ese siempre fue su plan de acción, que luego se transformó en propaganda para su campaña política. Encumbraba los valores y la honestidad del maestro y repetía que sus padres le enseñaron que la plata se hace trabajando. Sin embargo, cuando llegó a Palacio la realidad fue otra. Creo que pensó que la única meta era el negocio y que el futuro era rodearse de gente de confianza cuya labor principal sería ensalivar sus dedos para pasar rápido los billetes.

Así terminó en la cárcel, donde hace trabajos de jardinería en el patio. Cultiva verduras. Seguramente, luego toma un descanso y piensa: “Yo dije que respetaría la Constitución”, “Yo dije que habría tolerancia cero a la corrupción”. Al final no cumplió lo uno ni lo otro.

Ve televisión, lee libros... Recibe a sus acólitos, en este caso congresistas, exministros, exfuncionarios... Pensará: “Aquí recibo el reconocimiento que la mayoría de peruanos no me da”. Y seguirá así hasta que pasen los años y las visitas sean menos. Y solo se le recordará como un golpista.

Ya no le sirve ninguna estrategia para evadir la cárcel. Ya no le sirve la victimización ni el lloriqueo



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