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Los anuncios de la política internacional estadounidense por parte de Donald Trump siguen causando revuelo en la comunidad planetaria. Esta vez se trata de la cantada y peligrosa decisión de retirar a su país del acuerdo sobre un programa nuclear para Irán que esta nación firmó en el 2015 con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, EE.UU., Francia, Reino Unido y Rusia) más Alemania. Para la Casa Blanca, el acuerdo era una farsa porque no aseguraba que Teherán realmente dejaría en el tiempo de constituir una amenaza nuclear. Al contrario, para Trump, el acuerdo daba tiempo para que Teherán pudiera recuperar su capacidad nuclear; además, para Washington no cabía ninguna duda de que Irán estaba actuando con poca claridad con relación al terrorismo, y por medio de Israel -junto a Arabia Saudí el país más complacido con la medida- dio a conocer que Teherán en realidad estaba actuando al margen del acuerdo, es decir, que en el fondo proseguía con su carrera nuclear de siempre, una tesis que ni la Unión Europea, Rusia, China, ni gran parte de la comunidad internacional cree. Está claro que Irán va a reaccionar y lo más probable es que decida reanudar su programa nuclear, y lo hará reiniciando el enriquecimiento de uranio, algo que objetivamente el acuerdo había neutralizado. Para nadie es un secreto que las relaciones entre EE.UU. e Irán han sido tirantes desde que en 1979 llegaron al poder en este país islámico chiita no árabe los ayatolas, con Homeini a la cabeza -hicieron huir al último Sha-, convirtiéndolo en una nación teocrática republicana. Nada más recordar que una turba estudiantil, el 4 de noviembre de 1979, asaltó la Embajada de EE.UU. en Irán, lo que se conoció como la crisis de los rehenes, superada recién en enero de 1981. Los iraníes no son fáciles y tampoco son de quedarse de brazos cruzados. A pesar de que las sanciones económicas para Irán se reanudarán, seguramente impulsarán con mayor vehemencia, por ejemplo, su apoyo al Hamas, que controla la Franja de Gaza y lidia con Israel. Trump ha hecho realidad otra medida contraria a la de su predecesor, Barack Obama.