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Mis críticas abiertas desde las relaciones internacionales a la singular política migratoria de los EE.UU. tienen un límite y este siempre lo determina el derecho internacional. Ayer, el gobierno de Donald Trump ha decidido por una proclama no conceder asilo a los migrantes centroamericanos que cruzan la frontera. Frente a ello hay algunas cuestiones que no podemos desconocer. Lo voy a explicar. De la misma manera como recientemente he expresado que resulta un despropósito, y constituye un antijurídico, que Washington adelante que podría decidir no otorgar la nacionalidad a los hijos de migrantes ilegales que nazcan en su territorio, impactando contra un derecho humano en calidad de derecho natural que tratamos como ius soli -derecho del suelo- que consagra el derecho a ser nacional de un Estado a quienes ganaron esa calidad por el solo hecho de venir al mundo en el territorio de dicho Estado, también debo ser enfático en recordar que de conformidad con todas las reglas del derecho internacional y del derecho político, nos guste o no, el asilo es una prerrogativa del Estado, es decir, un derecho superior, pétreo e inoponible que corresponde en forma exclusiva al propio Estado hasta donde ha llegado el requirente de asilo.

Con frecuencia se cree erradamente que la solicitud de asilo, en este caso nos referimos al asilo territorial -también existe el asilo diplomático- porque el migrante logra ingresar en el Estado, es un derecho del solicitante. No es así. Es un derecho del Estado concederlo a quienes se encuentran en la condición de perseguidos por sus ideas o pensamiento, es decir, perseguidos políticos, y tiene que ver directamente con la soberanía del propio Estado, que es una cualidad intrínseca a su naturaleza jurídico-política que, gracias a la Paz de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los 30 Años, se ha convertido en una pétrea garantía estatal. Todo lo anterior es distinto a que la durísima política exterior de la Casa Blanca siga mostrándose indiferente con las motivaciones de enorme peso que ponen en la mesa los peticionarios de asilo o como también de refugio, que son aquellos que huyen porque sus vidas peligran.