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Dicen que la cabra tira para el monte, pero no siempre es verdad. No al menos con esta especie de cabras. Nosotros creíamos que teniendo un presidente de la República y un primer ministro provincianos, la óptica del buen gobernar iba a cambiar sustancialmente. Nada, los cholos se blanquearon, como se dice por aquí para subrayar que no fueron leales con sus orígenes. Ahora dicen que están obligados a pensar en “todo el Perú”. Ojalá fuera así porque en realidad ese “todo el Perú” termina siendo Lima. El Ejecutivo al no tener tranquilidad para gobernar distrae sus responsabilidades y usa el poder para mantenerse al mando. Lo correcto sería que no tuviera que pensar en su sobrevivencia y utilizase todas sus energías al servicio del desarrollo y bienestar nacional. A lo mucho lo que le queda es lo que se describe como apagador de incendios. A los enemigos del gobierno, que también luchan por sobrevivir, poco les importan los peruanos que somos ajenos a ese juego de la política marcada por la corrupción. Sin embargo, el centralismo en perjuicio de las regiones causa daño con o sin corrupción, o en todo caso solo se ve agravado con ella. Es realmente una pena que las regiones solo logren captar la atención del centralismo mediante la fuerza, lo que no es civilizado, digno del país que queremos ser, mal educa a las jóvenes generaciones y deja, además, un saldo de resentimiento y desconfianza. No es justo que el gobierno nos obligue a hacer lo que no queremos hacer para que nos respete y atienda. En el caso del norte, las instituciones piuranas que ya concedieron dos años de paciencia, paseadas y cojudeos, ahora quieren definiciones firmes. Están notificados.