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Los curriculeros del mundo se queman las pestañas definiendo competencias, contenidos y habilidades que los alumnos deben adquirir durante su escolaridad, homologaciones, estándares, pruebas estandarizadas para medir logros, criterios sobre calidad de la educación, aprendizajes que forman a un buen ciudadano, trabajador, académico o profesional. En ese afán son capaces de crear complejísimos currículos e incorporar las más diversas y a veces absurdas e incomprensibles exigencias de aprendizaje para que los alumnos evidencien que están bien formados. Eso genera una enorme presión sobre los profesores, que en lugar de dedicar su tiempo y estrategias para que los alumnos desarrollen su pensamiento crítico, deben usarlo para preparar a los alumnos en aquello que será evaluado en las pruebas y dará lugar a notas o rankings en los que se pondrá en juego el prestigio del alumno, profesor y colegio.

Este afán de perfeccionar, que termina complicando la vida de alumnos y profesores, podría resolverse atendiendo la recomendación de Deborah Meier: “No debería esperarse de ningún estudiante que logre metas académicas, que una muestra transversal de adultos exitosos en la comunidad es incapaz de lograr”. Alfie Kohn agrega que todo funcionario público que proponga mejorar los estándares de aprendizaje, que serán evaluados con pruebas estandarizadas (incluyendo las de PISA), debe estar obligado a tomar primero esos exámenes y aceptar que se publiquen sus resultados en los periódicos. (Confusing harder with better, Alfie Kohn “What does it mean to be well educated?” pag. 45).

Tiene sentido, ¿no?