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“¡En este momento, el Sr. de la cobardía se debe estar convirtiendo en el Sr. de la diarrea del pánico que estará sintiendo!”, dice un exministro sobre el fiscal de la Nación, Pedro Chávarry. “Alan García debe ser el personaje político más odiado del Twitter. Todos le dicen sus verdades apenas tuitea. Así terminan sus días los asesinos y ladrones”, escribe un conocido tuitero. “¡Malditos caviares proterrucos! ¡Nos quieren convertir en Venezuela! ¡Basta de odio! ¡El comunismo se quiere instalar en el Perú!”, postea un fanático. “El mundo entero tiene que saber lo que pasa en Perú, el asalto del rojerío y caviares comunistas cómplices de Odebrecht”, escribe un “analista” político... Son frases y pensamientos en voz alta que pululan por estos días en las redes y en las calles.

Me acuerdo que luego de los violentos sucesos en Buenos Aires hace algunos meses, en la previa de la final de la Copa Libertadores, el periodista argentino Christian Colonna decía: “Estamos separados por un equipo de fútbol, separados por un partido político, separados por la xenofobia, por el racismo, por el clasismo, por la religión, por el pañuelo verde y el celeste. Pero estar separados no sería lo grave. Elegir una religión u otra, un partido político u otro es libertad. El problema es que si la otra o el otro elige lo contrario, es el enemigo. Odio para el que piense diferente”.

Hay mucho odio en nuestros países. Y también lo vivimos en el Perú, no solo en el fútbol, sino también en la política y, en general, en nuestra sociedad. Existe una violencia sistemática en comentarios y mensajes, ejercida por algunos para tratar de imponer sus ideas, conceptos y consignas. De esta manera, tratan de neutralizar al que está al frente. Es evidente que estas actitudes representan un seguro caldo de cultivo para las agresiones en cadena. Cuando todos exageran sus pasiones surgen los instintos, se pierde el control y, por supuesto, se llega a cualquier extremo.

En la actual coyuntura política en nuestro país, son notorios los enfrentamientos de personas en todos los escenarios. Hablan y actúan desde su odio y su enojo antes que desde el beneficio de la colectividad. Que se integren y amen al Perú por encima de todo, incluso encima del amor a sus egos y sus intereses, es una utopía.

Otro rasgo que se nota es que muchos disfrutan y celebran la desgracia del adversario. El técnico de fútbol argentino Marcelo Bielsa decía que en nuestras sociedades no solo importa triunfar. “Es igual de importante ver sufrir a tu oponente”, expresaba. Esta situación solo explica que entre los buenos deseos de forjar un país mejor y la realidad quede el espacio infinito.