Hay colegios modernos, especialmente si tienen enfoques docentes de atención individualizada a los alumnos, que los observan cotidianamente, registran lo más significativo, acompañan sus procesos, detectan momentos cruciales en el que ellos logran algo importante o en cambio evidencian que algo les está preocupando. Continuamente están comunicados con los padres para intercambiar información o criterios, y cada cierto tiempo, por ejemplo un trimestre, se reúnen con ellos para consolidar todo este acumulado, confrontar algunos avances con indicadores de aprendizaje y sacar algunas conclusiones sobre el desarrollo del niño.

Estos colegios evitan colocar notas. Asumen que decir que un alumno tiene 13 o 17, más allá de jerarquizar sus resultados en comparación con la escala 0-20 y las notas de los demás compañeros, por sí solas no comunican nada sobre los procesos y avances particulares de cada alumno que son lo medular de sus aprendizajes, logros y dificultades escolares.

Hay otros colegios que expresan todas sus evaluaciones en base a calificaciones numéricas: tareas, trabajos, exámenes; cuyos promedios son entregados por libretas periódicas a los padres como sinónimo de evaluación. Ocasionalmente le agregan algún comentario casi impersonal de clisé como “debe estudiar más”, “felicitaciones por los logros”, etc.

Debiéramos preguntarnos si más allá de jerarquizar a los niños por comparación con los demás usando una escala arbitraria de logros escolares, cuánto comunica esa calificación sobre las particularidades de las experiencias educativas escolares, o si no sería más útil una apreciación descriptiva personalizada.