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La reciente decisión del Tribunal Supremo Electoral boliviano de habilitar a Evo Morales para que sea una vez más candidato a la presidencia de su país confirma al caudillismo como mal endémico que padece América Latina desde que la mayoría de sus Estados se hicieron independientes en el siglo XIX. En la administración del poder, la alternancia para contarlo es lo esperado y, por regla, nadie es imprescindible para liderar la gobernanza de un Estado. Sin embargo, esta premisa de la ciencia política no se cumple por la falta de madurez política para comprender que el poder es transitorio y es servicio. En América Latina, sus clases políticas se han resistido a dejarlo y se han aferrado crónicamente. La inmensa mayoría de los gobernantes de la región cuando tiene en sus manos el poder se obnubila por sus goces y termina envilecida con mil pretextos para no dejarlo. Se trata de una tragedia política porque valerse de mil argucias para no perder el poder siempre termina en circunstancias explosivas para quienes se pertrechan a cualquier precio en mantenerlo. El caso boliviano es más grave, pues habiéndose producido un referéndum o consulta popular (2016) que dijo abrumadoramente al primer presidente indígena de América del Sur que ya no lo quería al frente de la presidencia, Evo ha decidido ningunear la voluntad del soberano, que es el pueblo, y pasando por encima de él, tercamente busca otra reelección. Bolivia, a mi juicio, no estará exenta del hartazgo como fenómeno político que hemos visto recientemente en Brasil y México, donde sus mandatarios han sido elegidos por los desencantos que les legaron sus entornillados presidentes. Evo controla las instituciones claves del país y ya estaría pareciéndose al dictador Nicolás Maduro. Trece años como presidente siempre es demasiado, pero eso no le importa a Evo, que se ha consumado como un perfecto caudillo. En el fondo, solo piensa en sí mismo, pues quiere ocultar su desgaste político y atenuar su derrota en el juicio contra Chile en La Haya. Si persiste terminará mal, como todos aquellos que jamás han comprendido el sentido jurídico-político de la alternancia del poder.