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Evo Morales, ayer cumplió 12 años en el poder en Bolivia. Desde que asumió las riendas del Estado altiplánico (2006) como el primer indígena que llega al más alto cargo político, la denominación oficial del país es Estado Plurinacional de Bolivia. Al hacerlo en aquella histórica ocasión, Evo había vencido a la tradicional derecha boliviana y bastante conservadora, que había venido alternándose el poder sin dar espacios a la inmensa mayoría de bolivianos para que pudieran aspirar a ser protagonistas de su propio destino político. Morales con su partido Movimiento al Socialismo (MAS) había vencido abrumadoramente -54% a 28% de la votación en las elecciones del 18 de diciembre de 2005- al expresidente y candidato Jorge Quiroga de la agrupación Poder Democrático Social (PODEMOS). Morales asumió el gobierno en olor de multitud y se mantuvo así por varios años, gracias a ese febril reconocimiento que muchos aplaudimos porque la voluntad popular había prevalecido. El tiempo fue pasando y Evo comenzó a desnudar sus verdaderas intenciones, es decir, recurrió a las mañas de siempre de los caudillos de América Latina, que se creen indispensables, únicos e irremplazables con el objetivo de mantenerse en el poder a cualquier precio. Morales cambió la Constitución boliviana (2009) precisamente para preparar el camino para su creída eternidad en el poder.

Pero nada es eterno. Las encuestas que por largo tiempo lo mantenían empoderado fueron cambiando en los últimos años. La mayoría de sus compatriotas (51.3%) le dijeron NO a sus pretensiones reeleccionistas para un cuarto mandato en un referéndum en febrero de 2016. Evo sintió el golpe, pero no lo asimiló. Más pudo su ambición de poder y manipulando escandalosamente al Tribunal Constitucional de su país, este le ha dado -noviembre de 2017- luz verde para que pudiera postular, desdeñando la voluntad popular. Evo cuenta en la actualidad con un rechazo ciudadano que llega al 60%, que parece tampoco importarle, y su destino será inexorablemente como el de aquellos gobernantes que, obnubilados por persistir en el poder, terminaron mal o muy mal.